El ordenador de mi mesa
se bloquea, igual que yo,
al escuchar los gritos.
Yo guardo las lágrimas
que no me atrevo a desnudar
y él se reinicia.
En el fondo de escritorio
están mis amigos poetas
y yo con ellos,
más estáticos que una foto,
sonreímos mostrando los versos
que le arrancamos a la Iglesia por las noches.
Al escáner le faltan horas de sueño,
las pasó leyendo el último libro
que pirateé -Dario Fo creo que era-.
Recupera los minutos
mientras le suplico:
no me hagas esto ahora, que corren prisa los documentos.
La informática se revela contra mí.
Suena el teléfono.
A pesar de todo, al otro lado del cristal,
en ese despacho que es un microclima
tengo a quien besar todas las mañanas.
Leí este poema ayer en el Club Bukowski, en la jam de los miércoles. Faltó el chico al que le dedico estos versos.
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