PUNTO Y MEDIDA DE LAS COSAS
(de Grito y Realida, 2008)
Los hijos de Abraham
se devoran
al fin
y nos devoran al amparo de la noche -gritaron mientras los degollaban
con la indiferente desesperación de los que están acostumbrados a sufrir-.
El hijo del carpintero -respondí- yace también muerto
bajo una cúpula de cincuenta metros
sin testigos
-Buonarroti certificó su muerte-. En el espacio -dijo- ha quedado establecida
de una vez para siempre la perfección de la nada
y los gritos la circunvalarán
inútilmente.
A las puertas de Argel
o en las calles de Hebrón
-y bajo la columnata de Bernini- los ancianos han derramado lágrimas
de desaliento -con la indiferente desesperación
de los que están acostumbrados a sufrir-.
Qué extraño siglo este para los hijos de Abraham
-se decían unos a otros- no hemos aprendido gran cosa en Auschwitz.
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