Ninguno queríamos salir de aquel coche.
Estábamos bien dentro y me habías llamado guapa.
¡Hacía tanto que nadie me besaba el cuello!
Terminamos saliendo, haciéndonos los remolones,
porque la vida real llamaba por la ventanilla
y dentro de poco nos sonarían los despertadores,
a cada uno el suyo.
Ahora por la mañana me muero de sueño
y necesito varios litros de café;
como has dicho,
mereció la pena.
A pesar del sueño, a pesar de la vida real,
anoche me besaron el cuello.
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