Los cobardes extendieron largas serpientes
hacia tu cuello
y todos dejamos de respirar.
Malditos sean,
pudimos pensar, pero nadie hizo nada.
Rodeado aún de escamas venenosas
observamos cómo lentamente,
sin prisas,
sintiendo que aún era pronto,
te ibas muriendo.
Dimos respuestas cobardes
a preguntas no planteadas.
La gente miró a su alrededor
y sintió miedo del otro.
Sintió miedo del otro.
Nunca fuimos ratones
que la serpiente pudiera engullir poco a poco.
Pero nos quedamos callados,
alguien decidió por nosotros
que era mejor no hablar.
Yo lo hubiera hecho.
Hubiera abierto mi boca
para que salieran de ella las palabras,
escritas o sólo imaginadas,
las mías y las vuestras.
Pero no abrimos la boca
y los cobardes nos silenciaron
si habernos mostrado siquiera la serpiente.
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