En primer lugar hay que subirse al altillo y encontrar todas sus piezas. En mi caso, hay una caja grande y otras más pequeñas que se han ido poniendo de una en una en años alternos sin tiempo luego para organizarlo bien. Las abuelas siempre tienen una caja de galletas redonda porque ellas bien saben que no existe nada que no pueda organizarse en cajas de galletas.
Una vez en el suelo con casi todas las partes -una ley
universal provoca que siempre, al menos una pequeña bolsa se esconda-, lo
sencillo es encontrar el árbol y lo difícil recordar cómo se ensamblaban las
piezas. Por suerte, tras unos minutos descubrirás que es de sentido común y ya
toca empezar a decorarlo con objetos inconexos que has recopilados durante años
en diversas tiendas de chinos. Únicamente hay tres formas de disponer el
espumillón y los muñecos o simples bolas colgantes: una, desde arriba; dos,
desde abajo finalizando ceremoniosamente con la estrella superior o el símil
que se dé en tu familia; o tres, con niños. En este último caso, la decoración
habrá finalizado única y exclusivamente cuando todos y cada uno de los muñecos
cuelguen del árbol. En cualquiera de los tres supuestos, no dejas de
preguntarte en qué momento has acumulado tanto trasto y te prometes no comprar
ninguno más. Comienza la Navidad.
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